domingo, 16 de agosto de 2015

Torre de Babel




No puedo decir que fuera de un día para otro, pero cuando vuelvo al pasado éste se espesa en una densa bruma incomprensible y no acierto a comprender cuándo empezó todo, o al menos en qué momento sobrevino esa revelación terrible, esa convicción que se quedó calada (dormida) en los huesos, agazapada en un rincón del alma presta a saltar en cualquier momento, atenta a cualquiera de los movimientos de él, como un juez desalentado y triste…

Sigo sin saber cuándo pero en algún momento me llegó a la conciencia la intuición de su extravío, de la locura ya asentada, que estaba allí conmigo, a mi lado, dándome pequeñas (o grandes) señales del destierro, caótica y mordaz, brutal a veces, que arrancaba piel y carne   para convertirse en inmensa roca, impermeable en sus inicios, levantando sobre ella una enorme torre de Babel, incomprensible y violenta en la extraña yuxtaposición de sus partes.

Y yo, que tantas veces me había asomado a la locura, contemplando con placer morboso el vértigo que produce la distancia, me la encontré de frente, como si la hubiera invocado alguna vez, devastadora y terriblemente simple en sus principios… y sin querer quise salvarle, comprender para curarle, trazando direcciones lógicas entre partes separadas de aquella Babel deconstruida…  Y sólo conocí una fortaleza intangible, inexpugnable, imposible…  una soledad inmensa de mármol o granito.

Y yo me fui, abandoné, allí quedó sola mi Babel gigante, flotando a la deriva en su isla de piedra, mirando para siempre el cielo azul desde sus ventanas ciegas…