domingo, 28 de abril de 2019

"Batman soc jo". José Juan Vidal Porres y la memoria de los peces

    

    Cuando el artista crea no lo hace con el ojo, ni tan siquiera con la mano, lo hace con el cuerpo entero y es en ese arrojarse al lienzo donde se remueve toda la dimensión irracional que constituye lo sensible. Aquello irracional que definiera (y menospreciara) la filosofía antigua fue llamado por el psicoanálisis  inconsciente y fue descrito como una orografía, como un paisaje formado por sedimentos de memoria  que revuelve y mueve el acto creativo. 
Es inequívoca la relación de Porres con el acto inconsciente. Es ineludible su conexión con el misterio que esconden los numerosos símbolos que aparecen en su obra, pero para comprenderlos debemos cincunvalar el terreno en el que el cuerpo se constituye en memoria, perforar el subconsciente estudiando sus capas  como si lanzáramos una piedra al interior de un pozo. Estructuraremos el terreno en tres niveles, pese a que uno de ellos no le pertenece: aquel donde se esconde lo terrible, el de las percepciones primigenias, donde el pintor se mueve, y el imconsciente colectivo. Veamos.
Freud siempre habló de lo terrible. Es cierto que allí donde se pierde la consciencia pueden guardarse recuerdos dolorosos, deseos reprimidos… Rilke escribía sabiamente que “la belleza es el límite de lo terrible que podemos soportar”, sin embargo no creo que sea el lugar en que Porres se encuentra a pesar de los gestos de algunos retratos como el suyos porpio que preside la exposición. Para explicar el sentido de su obra se nos hace necesario pasar a un segundo nivel, a una segunda instancia donde el inconsciente adquiere una bondad a la que no solemos estar acostumbrados, aquel nivel que los fenomenólogos (al menos algunos de elllos) llamaron el de “las percepciones primeras”, ese donde el niño, todavía sin lenguaje, extiende la mirada al paisaje que le rodea para amarlo sin remedio. Es un recurso evolutivo, queremos aquello que nos resulta familiar, podemos enamorarnos de un desierto, pero lo más importante de esa mirada primigenia es que penetra en un cuerpo todavía sin estructuras lingüísticas, sin conceptos ni categorías construidas socialmente, sin ningún “para qué”, sin ninguna definición que le empobrezca. Porres es aquí un privilegiado pues como él mismo nos cuenta tardó en hablar mucho tiempo, hasta los cuatro años se ralentizó el proceso y eso le convirtió en un ser privilegiado que pudo llegar hasta el final del pozo, que pudo profundizar en  el proceso perceptivo y llevarlo hasta el final, al nivel donde lo individual se pierde en favor de una intuición universal y se construye lo que Jung llamó “el inconsciente colectivo”, constituido por aquellos símbolos cuyo significado conecta con las raices más elementales de lo humano (el nacimiento, la vida, la muerte…) y que aparece en distintas manifestaciones culturales y, por supuesto, en la obra de Porres…


       Es por eso que aparece el pez, vestigio de vida. Anaximandro en el siglo IV a.C., en una hermosa cosmogonía nos hablaba de este animal como la primera forma de vida surgida del barro y de la que evolucionaría todas las demás, incluido el hombre. En muchas obras de Porres hay figuras humanas paralizadas en distintos gestos rodeadas de aire, de un vacío blanco. El aire tan familiar que las rodea nos permite presentir cual será el siguiente movimiento, pero es así que el pez aparece, y cruza el cuadro alterando nuestra percepción, densificando el movimiento hasta ralentizarlo y convertirlo en una cualidad acuosa que detiene  el gesto otorgándole una incertidumbre que dicha contradicción de los sentidos no es capaz de resolver. Porque lo esencial en Porres es eso: antítesis y arquetipo. Arquetipos son el agua tan constante en aquellos cuadros donde las figuras se deshacen y también los ángeles profundamente humanizados, tan humildes, que aparecen en otras exposiciones. Antítesis por la fidelidad que el artista muestra a los sentidos, que a diferencia de la razón nos muestra un mundo lleno de contrasentidos y matices (ya lo afirmaba Heráclito) que se intuyen en cada uno de sus cuadros donde  la violencia de los gestos que no deja de guardar ternura (el mismo cartel de la exposición contrapone la dureza del superhéroe a la sensibilidad de la exposición que anuncia) y que no deja de mostrarnos la fidelidad atávica, antigua y primigenia al sentido de la tierra.

   Mari Paz Pellín