miércoles, 2 de septiembre de 2015

MANCHAS






    Cepa



Cerezo



 Chopo





Todo empieza en una mancha, un gesto cargado de materia, en la extensión del color. Más tarde se superpondrán las capas y las veladuras hasta dar con la realidad o con su espejo.

Yo quería, en este verano donde todo se me resiste, pintar árboles. No las hojas, no la vida que se muestra en las venas y nudos de los tallos nuevos. Yo quería pintar troncos, troncos de árboles muertos, cepas, sarmientos arrancados enroscados en sí mismos donde la vida se perpetúa oscura, silente en los insectos que la pueblan, en las bacterias invisibles que transforman la estructura imprimiéndole otro ritmo, también vital pero distinto, inverso, la respiración sorda de un cadáver que ya es madera, edificio habitado por criaturas ciegas que  lo esculpen desde dentro convirtiendo el gris, el pardo seco en hermosas astillas de un rojo inacabado que se adivina en las heridas. 

Yo quería pintar árboles muertos, laberintos de troncos y cortezas, el grito de las ramas al sol de media tarde… pero fue inútil. Montones de papeles y cuadernos fueron desechados, los dibujos revelaban la impostura y mi impotencia. Decidí entonces deshacer el camino andado despojando el objeto de artificios, desmontando capas, abandonando laberintos y caminos trillados para volver al mismo sitio donde empecé para encontrar el primer gesto, el primer pulso vital revelador de la estructura original, el ritmo del objeto deseado, que se mezclaba sin quererlo con el mío, mientras yo observaba también latiendo y respirando el aire que él no me pedía.

Busqué atrapar el instante, el latido que bombea la sangre que no está, el organigrama básico que dibuja el tiempo, la anatomía de un instante preciso que nos arrastra a la vida, aunque uno ya esté muerto…

Así que eso fue lo que salió después de un verano viviendo entre los árboles… pequeñas manchas entintadas como si sus troncos emergieran de un cuenco de leche, o como si alguien hubiera logrado cortar una sección milimétrica mostrando su estructura en la planicie de un papel, sin capas, sin veladuras, porque el inicio, no sólo el final,  se acerca a la realidad.