miércoles, 17 de mayo de 2017

De vuelta




   Retomo despacio la escritura después de un parón considerable. Con tiento, como si volver a escribir fuera recuperarse de una larga enfermedad. Huyendo de las suboordinadas y de cualquier artificio, buscando el descanso en los puntos, el respiro en las comas. A la inversa del natural proceso, son los dibujos los que me ayudan a escribir. Ésta vez fue otra biblioteca volante que, ahora que lo pienso, poco tiene que ver con  el título asignado. Una catedral. Una catedral en ruinas, gastada y por la textura del papel casi quemada. Un caótico ejército de objetos define los contornos arenosos de columnas, arcos, piedras: plumas, papel de lija, hojas secas, texturas vegetales que trepan y se instalan conquistando la estructura arquitectónica que retorna a la geometría natural de los fractales.  Y en la oscuridad del suelo cajas vacias, silentes testigos de la nada porque no hay nada que dé pistas de lo que en ellas se guardó. Y eso es todo. Todo el tiempo. El tiempo de la vanidad barroca que nos advierte que todo pasa, que nada se mantiene en pie y que ni las más grandes obras de los hombres podrán dejar de sucumbir ante en tiempo que invade geometrías, anula proporciones y reduce el espectro de colores a ceniza gris. Todo es tiempo y distancia, este dibujo, estas palabras.