domingo, 22 de noviembre de 2015

TRANSFORMACIONES






   Este retrato es una reforma de otro que pinté hace años. Últimamente me da por transformar lo ya pintado. La insatisfacción es pues mi modo actual de vida. Observo los cuadros repartidos por la casa con ojos de verdadero ejecutor y he de decir que algunos, a Dios gracias, son perdonados y salvados si no de la muerte (por imprimación), si de una transformación profunda. Sin embargo, el resto forma parte de una larga lista de espera cuyo destino no es otro que su desaparición. Y es que el tiempo permite esa distancia necesaria para olvidar la pertenencia de las obras, erigiéndose entonces como juez implacable y hasta cruel de todo lo que se ha creado.

    Pero esta crueldad de la que hablo tiene raíces más profundas, tiene que ver con este aislamiento de pintora aficionada, con esta soledad de pueblo pequeño donde no hay sustento suficiente para crecer, de la vida pequeña en familia, de la madre soltera que soy de estos hijos que han hecho de mis brazos extensiones del deseo. Es el cansancio de todos los días y ese silencio alrededor de lo que hago, roto de vez en cuando por unos cuantos (a los que debo lo poco que hago). Es, en fin, la imposibilidad del intercambio y del estímulo que forma parte de la vida cotidiana.

    Y sin embargo pinto, sigo pintando sin tiempo y sin apenas espacio, como una tarea heroica y en ocasiones para mi incomprensible, como un Sísifo obcecado. Pero no sé salir de las cuatro paredes de este estudio, me supera la posibilidad de llamar la atención para ser mirada, el uso masivo de las redes, la vida social en exceso, el estudio del mercado. Así que voy acumulando mis retratos obsesivos y marrones en los muebles y paredes de mi casa, la mayoría de ellos mirándome sin ojos, convirtiéndose en testigos mudos de mi pequeña vida y en posibles reos acusados de la imperfección que no soporto.