lunes, 30 de abril de 2018

Sentido del Círculo




   Foucault definió nuestra época como la del biopoder, donde desde el nacimiento, todas las funciones vitales se encuentran estudiadas y altamente controladas por las ciencias biomédicas, todas salvo un hecho que por inopinado y accidental se puede establecer como límite del control: la muerte. La muerte se establece como frontera del control médico y se convierte en un trámite hospitalario más, convirtiéndose en un acto aséptico y rutinario, una muerte innominada y en serie de la que sólo se habla a través de cifras estadísticas, lo que contrasta con el “cuidado” y la solemnidad con la que dotamos de sentido al nacimiento. La muerte incontrolable, fortuita en muchos casos, que no hace si no manifestar los límites del dominio es olvidada y relegada al interior de los hospitales, donde es tratada con asepsia a través de horarios controlados, alejada de la vida cotidiana y escondida en tanatorios, silenciada en las conversaciones privadas. Una de las pruebas más feacientes es la mezquina realidad a la que se somente al suicidio que no deja más que humillación, trámites sórdidos y marcas descorazonadoras en los familiares: policía, autopsias, jueces, silencios...

    Más allá de esta consideración, gran parte de la filosofía ha considerado la muerte como aquello que dota de unidad y da identidad concreta a un montón de momentos desperdigados, dando un sentido propio acto de la la existencia. Heidegger define al hombre como un ser para la muerte. El poeta Rilke habla de la muerte propia, individual e intransferible, que duerme agazapada dentro de cada uno de nosotros y que se manifiesta semejante a la vida que se ha vivido. En este sentido es interesante retomar a Hegel de La fenomenología del espíritu y de la analogía del botón que muere para dar paso a la flor, y la flor para dar lugar al fruto, nos muestra el elemento dialéctico y transformador, esencial para la producción de nuevas formas de existencia que arrastran o esconden al mismo tiempo las antiguas, dando lugar en el sentido dialéctico a una nueva síntesis. 

    Buscando la expresión artística de este mismo concepto aparecen los Círculos de piedra que retoman la reflexión de la muerte propia mostrando dicha síntesis a través de una geometría que se pliega sobre sí misma creando una doble dimensión, un exterior que se adentra en un interior formado de la misma materia que la sostiene fuera, un interior vacío, como un espejo sin imagen que reflejara el último drama, el instante único e irreversible que la muerte representa sólo para mí.

    Los círculos nacen de la necesidad de dotar de lenguaje a una experiencia personal e íntima, de la convivencia diaria durante años con la figura del suicida encarnada en alguien muy cercano y con la consumación de una muerte que aunque elegida no dejó nunca de mostrarse alienada y separada de la vida que acabó de una manera trágica y significativamente silenciada. Los Circulos de piedra se presentan en sus cajas de madera, flotando dentro de una profundidad ensombrecida, reclamando reflexión y dignidad. Pudiera ser que las cajas en las que se encuentran, inherentes ya a la obra, convertidas en el mismo contenido, estuvieran cerradas como cualquier otra enmarcación, pero lejos de eso, se presentan como cajas de juguetes que pueden ser abiertas, invitándonos a mirar en su interior, a rumiar sobre los límites de la vida para que formen parte de nuestra propia existencia.