jueves, 18 de junio de 2015

EL POZO DE LOS LIBROS

   Cuando empecé está ilustración quería parecerme a un insecto. Permanecer en el suelo mientras contemplaba una enorme pila de libros revueltos creciendo como una montaña. Arriba, muy alto, donde apenas si se podía adivinar, estaría Marta, la niña protagonista del cuento que leía, tranquila, en las alturas, como un personaje de Fiedrich ante el abismo.

   Y como podéis ver a través del resultado, me salió todo lo contrario. La pila no se elevaba sino que se hundía mientras la niña continuaba leyendo con total tranquilidad sentada en el mismo montón de libros. Poco a poco, después de varios intentos frustrados, empecé a aceptar esta nueva perspectiva e incluso a desearla escarbando la hoja con el grafito para crear sombras, modificando la estructura original al proyectarla hacia abajo para recoger todos esos libros que no sólo no se elevaban unos sobre otros sino que se acogían a una dulce inercia en la que resbalaban y se expandían cada vez más en el espacio.

  Fue entonces cuando la escalera apareció convirtiendo la ilustración en un habitáculo, en un extraño pozo donde los volúmenes rumiaban pacíficos en su caótico desorden, lejos, muy lejos de las racionales bibliotecas donde solemos encriptarlos. Y comprendí en ese momento que Marta, la niña que lee, realmente lo estaba haciendo, concentrada, silenciosa, las letras hundiéndose en sus ojos y las palabras en ella,  fuera del mundo, de este mundo porque estaba en otro que quizás se reflejaba en las sombras apenas perceptibles de las paredes del pozo de los libros.

   La ilustración se convirtió de esta manera, de forma puramente accidental, en un secreto homenaje a los niños que leen, a los que crecimos solitarios entre los libros, siempre hacia dentro, más allá del exterior donde todo ocurre.


... y entonces dejé, para poder seguir mirando, que al insecto le crecieran alas...






viernes, 5 de junio de 2015

UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVAS






    Tanto  las ilustraciones como el relato de Marta y el baúl se mantienen en una especie de limbo que escapa a toda suerte de categorías. Es un libro que pueden leer niños mayores y también adultos y por ende, las ilustraciones, inspiradas en la lectura de un relato que se resiste a ser limitado, tampoco pueden ser consideradas dentro del concepto "infantil". Una mujer adulta cuenta su vida, no siempre fácil y exenta de amargura a una niña que amenaza con crecer y despertar al mundo. Es por eso que los dibujos no escapan tampoco del tono nostálgico de la lectura, de ahí la falta de sonrisas, tan típicas de los cuentos infantiles y el blanco y negro constituido en un lenguaje propio del pasado...


     Y sin embargo la concepción final del libro si ha conseguido atrapar ese espíritu infantil del juego, y efectivamente ha jugado con las ilustraciones, convirtiéndolas a veces en rompecabezas para intentar adivinar dónde se sitúa en el dibujo principal la figura separada que encabeza cada capítulo, o arrancando dichas figuras de su contexto habitual y confundiendo al lector que intenta identificar su verdadero significado... y sobre todo, las ilustraciones han jugado a situarse en las diversas perspectivas, invitando al lector a mirar desde el techo, a la manera de un espía que da caza a dos amantes, o a imaginarse él mismo siendo un insecto en una biblioteca desierta, o siendo testigo de un final en el que una ciudad entera se deshace mientras contempla el amor incombustible de la tía y la sobrina...


    Juego hay en los homenajes a las lecturas de Kafka, las Bibliotecas de Borges, las perspectivas múltiples de Escher y los relatos de Lewis Carroll. Juego inevitable de aquellos que siguen alargando la infancia...










            







Uno de los dibujos principales, El pozo de los libros, y la figura extraída del contexto que encabeza el capítulo.