martes, 8 de diciembre de 2020

ÉXODOS DE ENZO TREPICCIONE




Éxodos de Enzo Trepiccione puede ser contemplado por el espectador como el relato de un exilio, un doble destierro narrado en las imágenes que marca un antes y un después en la obra del artista, obra que es al fin y al cabo la vida propia, quebrándola y abriéndola hacia el exterior, expulsándola del paraismo de sí mismo hacia los otros, manteniendo sin embargo entre ambas la unidad tal y como haría un espejo y su reflejo.



  Si atendemos al origen griego de la palabra Éxodo nos habla de Hodos, camino y el prefijo -ex que indica salida hacia fuera. Por tanto estaríamos hablando de senderos obligados, de caminos que debimos (nosotros, los demás) transitar. El recorrido vital De Enzo Trepiccione se plasma en una obra cargada de un exilio de sí mismo que el pintor es capaz de trasmitir a través de su obra. Esta capacidad expresiva es trasladada a la problemática social, al éxodo de tantas comunidades mediterráneas que huyen de la guerra, del hambre y de la devastación, lo que divide claramente la obra de Enzo en dos grandes etapas, el paso de una a otra es una salida, un éxodo, un camino que nos empuja hacia afuera.



   Remontándonos a los inicios de su obra, la más pródiga en obras, exposiciones, más extensa en el tiempo, nos encontramos con cuadros de mediano y pequeño formato divididos en irregulares estructuras geométricas inspirados en aquellos lugares a los que él viajó y trabajó en su juventud, como el Palacio de Medina en Túnez, tropezando con un espectro de colores primarios muy vivos y figuras reducidas a una estructura esencial o básica. La huella de las percepciones primeras en la totalidad de la obra del pintor es clara. Si atendemos a la fenomenología de Husserl o Bergson nos atreveremos a decir que cuando un niño mira por primera vez el paisaje, éste penetra con fuerza en su cabeza dejando una huella indeleble dado que ese mismo niño no posee todavía aquellas categorías que permitan clasificar el mundo según los estándares aprendidos. El niño no sabe todavía que “esto sirve para tal cosa” o “aquello se llamará X”, no hay lenguaje que ordene el inmenso mar de sensaciones que penetran a través de la mirada y que “enamoran” al niño, ligándolo para siempre a un paisaje. El paisaje puro, esencial y sin categorías que Enzo Trepiccione es capaz de recuperar a través de sus telas es ese pequeño paraiso del que todos los adultos hemos sido expulsados al crecer. El regreso a él es lo que marca esa primera época: el recuerdo de las fábulas de niño, los mitos griegos, la influencia del mediterráneo constituido por todo un flujo migratorio de paises como Irak, Mesopotamia, Irán, Egipto, Grecia, donde él viaja y trabaja como restaurador en su primera juventud. Es un jardín  secreto donde el pintor puede regresar, una Torre de Marfil donde podemos aislarnos del exterior siempre problemático, como el Jardín de Epicuro, un lugar para el disfrute y el hedonismo donde el arte protege.



   Pero es entonces ahora que debemos hablar de exilio porque es en esta exposición, Éxodos, donde la continuidad de toda una obra se quiebra, donde la evolución se convierte en revolución y el pintor adquiere un compromiso social con su propio tiempo, buscando la puerta de salida del paraiso propio para reclamar la justicia de todos aquellos que alguna vez formaron parte de él, para todos los pueblos que le enriquecieron y levantaron su personal torre de Babel. El artista lo conseguirá visibilizando con una estética particular ligada al juego y a esa misma infancia el drama de los pueblos meditrráneos y el terror de los éxodos (traducidos hoy de manera técnica como flujos migratorios). El papel, las grandes superficies que exigen una energía nueva, los colores austeros, la geometría árabe y siria de los grandes monumentos que sobreviven al tiempo testimonían ese cambio, ese exilio de una época a otra que no es más que otro Éxodo, otro camino que alguien recorre buscando una salida hacia lo desconocido.



   El artista se posiciona pues con su tiempo, adquiere un compromiso social como defendiera Bertolt Brecht, tiene la obligación de reventar el sistema al que pertenece, como dice Abel Azcona. El arte es juego y arma. El deseo de pintar, de expresar, de actuar, el deseo de salir de nosotros mismos a través de la pintura, la  música, la danza…  la única manera, afirmará Lacan, discípulo algo díscolo de Freud, de salir de nuestro egocentrismo, de nuestros viejos paraisos infantiles donde encontramos refugio, para ser y estar con los Otros.



Mari Paz Pellín Sánchez


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